trágica gaviota patagónica (Primera página)


      La gaviota recorría curvos senderos invisibles en el cielo encapotado de la tarde. Moviendo apenas sus alas navegaba atenta y grácil, ladeando apenas la estilizada cabeza para vigilar, siempre voraz, el terreno quebrado que albergaba al puesto de la estancia "Los ñires". Allí vivía, solo, Fermín, más conocido en la comarca como el viejo Cachimba. Y Cachimba miraba -como cien, como innumerables veces antes- las evoluciones del ave. Pero sus pensamientos no estaban directamente relacionados con eso. Se escabullían entrelazando recuerdos, imaginando cosas viejas, exhumando trabajosa y hasta dolorosamente apetencias insatisfechas. Cachimba también era capaz de rememorar frustraciones antiguas y de alentar, eso era lo de menos, lo ínfimo, alguna que otra esperanza cotidiana.

         Siempre había pensado que la gaviota era el símbolo preciso de la libertad, del libre albedrío, del "porque se me da la gana y chau". Y eso tenía mucho que ver con la felicidad. O, por lo menos, con la carencia de toda apetencia terrenal que, lo sabía, era lo que atormentaba a los hombres. La gaviota... La que evolucionaba ahora, yendo y viniendo en un desenfadado retozar en el cielo mustio de la tarde del sur, no era precisamente una gaviota común, bonita. No era blanca con el dorso de las alas renegrido. No era el dominó alado que alguna vez se dio en imaginar. Esta gaviota era gris, era ceniza. Moteada, tal vez. "Bastarda", pensó Cachimba. Pero... ¡qué bella, qué grácil, qué libre!




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