El ventisquero y la furia (Primera pagina)

    Faltaba poco menos de dos meses para la llegada del año 1868.
En el extremo sur de la Ámerica continental seguía un perfecto misterio, salvo esporádicas exploraciones, llevadas a cabo en su gran mayoría por marinos europeos que, en interminables y peligrosas singladuras, recorrían y reconocían la costa atlántica patagónica. Fisgoneaban en sus caletas y rías, ponían -cuando podían- prudente distancia de los fieros acantilados blancuzcos y, a veces, avanzaban sus proas de viejo roble europeo en las desembocaduras de los ríos mayores. Pero eran pocos, realmente, los audaces y los visionarios que echaban su bota a tierra, se encorvaban ante el aletazo persistente y frío del viento del oeste y perdían su mirada y pensamiento sobre aquellas latitudes grises, donde quién sabe desde cuándo señoreaban los tehuelches de pocas palabras, los guanacos, los ñandúes y, en fin, la antigua fauna que tenía la heredad austral como habitante cotidiano.
   Era a fines del año del Señor de 1867.
El coloso de hielo(¿antiquísimo? ¿Joven aún?) frunció el ceño que nada ni nadie turbaba desde la Creación. Desde su altura, allá arriba en los hielos eternos de los cuales nacía interminablemente y era parte, los había visto y olido. Extraños.

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