Héctor Rodolfo "Lobo" Peña - 4 de agosto de 1938 / 17 de julio de 2003

 Que la paz te abrace para siempre

Palabras para Héctor Rodolfo Peña

Se que este último tiempo tuyo no fue fácil. Es más, intuyo que fue largo y doloroso. No hace mucho, en la Terminal de transporte, en forma fortuita transcurrió el que sería nuestro postrer encuentro. Vislumbré aún antiguos fuegos navegando por tus venas, a pesar que trasuntaron tus palabras un fondo inocultable de tristeza, como cansado de enarbolar banderas, de pilotear ausencias, de gritar los goles de tu equipo, sin embargo, la metáfora que tan bien manejabas estaba presente en la proeza infinita de escribir, intacta. Hablamos de mis hijos y tus hijos. Y tu nieta primera con nombre de otoño; "Abril" te refrescó el rostro desgajado de dolencias transversales como una bocanada de ternura.

El amigo poeta formoseño Aldo Cristanchi solía decir; "los escritores tenemos la simple ingenuidad de querer volver con signos de leyenda", la sentencia en tu caso sé que llegará inexorablemente.

Fuiste temperamental, tajante en tus apreciaciones, duro en la valorización extrema, pero real en el sentimiento:

Yo me conformo así, con poca cosa,

Con la pelota astral-estadio el cielo,

Y te regalo el campo del partido

El que suelo jugar al ras del suelo.

Tal vez tu mirada se quedó recostada en un témpano gigante esperando que los "Pájaros Del Lago", en el "Ultimo Invierno" de tu da te llevaran para siempre. Te imagino enojado con el ángel que no estaba atento a tu llegada esa tarde del 17 de julio, y su ausencia te privó de mirar el esplendor del derrumbe del sol en el ocaso, por vez primera desde cielo. Ahora los "Fuegos Del Sur" que alimentaste, y en tus "Poemas bajo Cero". Y a "Los Hombres Del Viento", y "Onos El Patagón” están contigo acuchillando su impensado destino.

La tarde de tu partida la aldea de tu niñez reverdecida de pinos y paladares teñidos de calafate estoy segura se inclinaron reverentes ante la pluma que reseñó con acierto su epopeya fundacional. En esta ciudad que tan bien fue tuya queda la impronta de tu paso. Y un silencio húmedo golpeó las esquinas cuando tu nombre recorrió las trasversales formas del espacio infinito para lastimarnos irremediablemente:

"Si no viste en los ojos de la abuela tehuelche

el color de los cielos que le pertenecían

y no escuchaste apenas su murmullo de voces

entonces, nada viste, soñabas que veías"

Los que fuimos testigos de tus sueños, admiradores de tu talento, prometemos cuidar de tu legado, velar por tu memoria.

Todos algún día nos reuniremos convertidos en "Astillas de Luz y de Frío" poemario que dejaste para los tiempos.

Por eso al medir la luz que nos separa te recuerdo con este verso de Pablo Neruda, el poeta de América:

Mientras la lluvia de tus dedos cae,

Mientras la lluvia de tus huesos cae,

Mientras tu médula y tu risa caen

Vienes volando.

Que la paz te abrace para siempre amigo poeta.

Flora Lofredo (La opinión Austral - 20 de julio de 2003)

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